MATERNIDAD,
… No es fácil traer niños al mundo. Hoy las mujeres del norte global ya no tenemos miedo de morir en el parto, pero en nuestras sociedades la maternidad y la crianza de las criaturas no tienen un lugar cómodo. En sociedades donde se facilita que madre y bebé puedan construir su vínculo en una primera etapa con tranquilidad y con el apoyo de la comunidad, se optimiza el desarrollo físico, cognitivo y emocional de las criaturas, y por lo tanto, el de las futuras personas adultas. Este encaje cómodo de la maternidad en una sociedad favorece que se den lo que en estas páginas llamaremos maternidades «entrañadas» en oposición a las extrañadas o alienadas en las que las presiones externas e internas pueden llegar a dañar la experiencia de la maternidad. Cuanto más patriarcal y sofisticada sea una cultura más tenderá a intervenir en los procesos de la maternidad para ponerla al servicio de intereses ajenos. El patriarcapitalismo siempre se ha servido de la fragmentación y la racionalización para dominar la naturaleza, y así opera también en lo relativo a la maternidad: La alienación patriarcal clásica fue separar gestación, parto y crianza de los derechos jurídicos de propiedad sobre la criatura, que el patriarcado siempre ha asignado al varón. Hoy incluso existe una escisión aún más radical: separar la producción del bebé (gestación y parto) de su crianza y hasta de su ascendencia genética. Esta operación –la más apoteósica desde un punto de vista patriarcapitalista, puesto que consuma el anhelo de control y apropiación absoluta de la capacidad femenina de generar seres humanos– fue en otros tiempos consumada en el cuerpo de las esclavas, y hoy en el de «madres de alquiler».
IGUALDAD,
… La narrativa oficial ha difundido la idea de que basta con proveer servicios y atribuir derechos a las «madres trabajadoras» para atender la dimensión de la reproducción. Pero ¿quién es «madre trabajadora» ?, ¿la empleada precaria que no tiene más opción que volver a su empleo a las 16 semanas del parto (o antes) ?, ¿la funcionaria que puede permitirse tomar una excedencia?, ¿la «trabajadora» de alta cualificación que delega todos los cuidados en otra «trabajadora» de muy baja remuneración?, ¿o la madre en paro que consume su día en cuidados para los demás y en trabajo informal? El binomio «madre trabajadora» esconde un ardid lingüístico gracias al cual se logra el espejismo de hacer creer que existe efectivamente un reconocimiento social hacia las madres, cosa que no es cierta, ya que lo único que se reconoce, se premia y se respeta es el hecho de tener un empleo. Gracias a ese dignificado apelativo, tan ampliamente aceptado y cacareado por todos los colores políticos, se justifica la asignación de recursos, derechos y ciudadanía solo a las madres con empleo formal, y en la medida en que la calidad de su inserción laboral se los atribuya, una cuestión que, como ya veremos, en España va muy ligada al nivel sociocultural de la madre en concreto; pero de ninguna manera se otorgan recursos ni reconocimiento a la maternidad y la crianza en sí mismas.
y FRATERNIDAD
Siempre es complejo el equilibrio entre dependencia y autonomía, y lo es más aún en las actuales sociedades poslaborales para las madres que no quieren renunciar a una vida propia. Ser madre y ser «moderna» es hoy todo un reto, puesto que la crianza es una actividad que colisiona frontalmente con la concepción individualista y mercantilista de lo humano y, por lo tanto, con la capacidad de las madres para «producir» y «competir»
… hay que ser conscientes de la confluencia de intereses entre el patriarcapitalismo neoliberal y el sistema familiarista: el familiarismo contempla todo lo relacionado con los procesos reproductivos como un asunto privado de las familias, lo que posibilita que el mercado laboral pueda funcionar libre de interferencias de lo social. (…) Neoliberalismo y familismo se retroalimentan, diseñando sociedades en que mundo laboral y cuidados son dimensiones entre las que no hay conexión, ni comunicación, ni intercambio posible.
… Como ha señalado Dalla Zuanna, el familismo es altamente durable, y si bien el familismo tradicional se sustentaba sobre un contrato de género abiertamente patriarcal, hoy es capaz de reproducirse con estilos aparentemente igualitarios en los que mujeres y hombres disfrutan de oportunidades similares. Pero este «familismo igualitario» se da en los niveles de renta altos y medios, allí donde las tareas domésticas se pueden delegar en terceros. Cuando en el hogar no hay excedente para comprar servicios domésticos la igualdad se tambalea. La carencia de redes familiares y de contactos, puede ser en los países familistas un impedimento grave para alcanzar metas personales, e incluso para subsistir de manera autónoma. El perjuicio en estos casos es doble: por un lado, porque quien carece de las redes que en estos países se dan por supuestas, tampoco puede recurrir a unas prestaciones sociales inexistentes que el familismo suplanta; y por otro, porque las oportunidades decentes raramente se encuentran fuera de estas redes. Así, en los sistemas familistas el miedo a caer en el desamparo también opera como mecanismo que consolida el sistema. Lo que estos sistemas no pueden integrar, por su propia naturaleza, es una visión universalista e individualizadora de la redistribución. En la lógica familista los recursos se reparten entre quienes pertenecen a un determinado grupo, y la distribución responde a reciprocidades localistas; no hay simpatía hacia los criterios políticos que, al asignar derechos universales a los individuos, eliminan las dependencias y erosionan la familia como red insoslayable. La clave del familismo está en que la distribución discurra a través de sus redes: ya sean familismos tradicionales o de corte «igualitario», el sistema se reproduce evitando las políticas universalistas, individualizadoras y redistributivas.